Colectivo primer día.

Insistencia, paranoia, lo que me pasa seguido.

Nadie ve las intenciones, eso está claro.
Las madres están perdiendo a algunos de sus hijos,
el dolor no varía, no importa la cantidad que sean,
la casa se siente vacía, falta alguien, falta algo.
La nieve aquí ya no está, ni en el este ni en el oeste,
sólo veo al morocho que tengo al lado,
los dos rubios de adelante, las petacas que toman,
no los veo enamorados,
no los veo admirados por la perfección de la naturaleza,
no los veo hablando del sémen de sus frazadas o de sus camperas,
no los veo introspectivos, encaminándose al viaje que vamos a compartir.
Los veo tomando, proyectando en mí su borrachera.
Y este morocho con los párpados cerrados, liberando sus miedos,
entregándose a ésta ponta experiencia.
Los chicos de adelante gritan, otros juegan al truco, otros duermen.
Veo a los hombre. ¿Cómo viven su enamoramiento por Cristo?
Hombre. Sexo maculino, enamorado de Cristo vive
y en esa vivencia está expuesto a encontrar su lado femenino.
Equivocado está el que piensa que ésto es una cuestión de género,
el amor de Cristo trasciende el sexo en todas sus maneras y formas.
La feminidad se manifiesta por la sensibilidad física, espiritual y emocional de la mujer,
que el hombre al encontrarse con su único Creador, experimenta.
Esa sensibilidad, da lugar a una conmovedora entrega vivida también carnalmente,
al Amado.
Morocho, encontraste a una mujer que rompió con todos tus esquemas,
que te cambió,
que te modificó,
que te hizo más blando,
que te liberó de todos tus escudos y durezas.
Pero... Ahora se fue, ¿Cuántos escudos más tienes?
¡Adelante! Cuando Cristo venga no los tendrás más, nunca más.
Y ese placer físico, es constante.
A que tú te vas a que yo también.