Copio y pego.
Principios de 2009.
Ya no eres ningún animador sigiloso, haz decidido romper con la imagen de un modelo admirable, aquella que me impulsaba a seguir tus pasos trazando los límites necesarios para escoger el mismo camino.
_Has buscado refugio en el templo sagrados de tu amor; en las absurdas miradas insípidas que reflejaban la rotación de tus estados anímicos; en la exagerada indecencia de una búsqueda constante; e incluso en la herida siempre abierta de tu infancia. Y aún así, siendo mínimamente consiente de tu desmedida irrealidad opte por seguir tus pasos, sin razón, me invadía sólo el deseo de descubrir-te/me.
Todas las decisiones anteriores fueron construidas sobre engaños y amables contradicciones. Si pude o intenté asumir que lo que había pasado previamente a esto, era sólo lo que tenía que suceder fue simplemente porque Dios me proporcionó las fuerzas y la comprensión necesaria para poder vivirlo. De lo contrario, probablemente hubiera seguido esquivando los sentimientos que luego se presentaron impuntualmente. Pero la valentía había aumentado y sabía que las fuerzas jamás iban a desgastarse; tenía la suerte de saber que las tenía y no volvería a envolverme en conceptos y suposiciones masoquistas.
(Vuelvo)
Si alguna vez lo encandiló la felicidad de dar a luz una posibilidad de mejorar, ésta fue torturada por la cobardía del fracaso y la humillación, a la que, como todo ser humano, creía estar acostumbrado.
El tiempo no dulcificó su amargura, pero si se logró ablandar la dureza, amasando suavemente el espíritu, la mente y el cuerpo con pequeños instantes en los que se simulaba que una pequeña porción de la cruz se había ido y parecía sentirse una liberación absoluta.
Pero, no sólo era atroz el dolor de sentir un intenso fracaso todo el tiempo, porque, siempre se volvía a la misma monotonía; sino que también se cargaba con el sufrimiento que inexorablemente iba a experimentar su entorno y en consecuencia él por añadidura la infelicidad de cargar también con eso.
Mi padre no era un hombre digno de admiración; pero su humildad era lo que más me cautivaba, era rico en paciencia y su casa, siempre desordenada, podía encontrar un rincón para preocuparse por la felicidad de cada persona que se cruzase por su camino; aunque sea silenciosamente, la desesperación por hacer florecer sonrisas reinaba ansiosamente en la cumbre de sus deseos más profundos.
Yo siempre supe que mi padre se sentía culpable por todo mal que podía llegar a pasarme y jamás se desvanecería la paranoia de creer que todo era por falta de atención. De todos modos, el sabía que lo único que le impedía deshacer ese escudo protector para dejarme caminar sin necesidad de ser agarrada de la mano era el deber de asumir el crecimiento que implementaba día a día. Siempre había una negación o algo nuevo para esquivarlo. Y aunque se creía que por estas circunstancias yo sufría desmedidamente; siempre me causó risa y un inmenso placer, saber que no iba a dejarme sola NUNCA y la atención que necesitaba de él iba a estar derivada siempre en mí.
El escándalo que se había presentado en su cabeza era un extravagante banquete de ideas enredadas con miles de sentimientos inconcretos. Los olores, los artilugios de mil colores, la reproducción de satánicas charlas semanales; el acostumbramiento de mareos constantes, de imágenes abstractas; eran razones por las que se desgarraba su interior, un constante estruendo en su cabeza tenía la delicadeza de martillar las ideas hasta que éstas desaparezcan. Cada intento de volver era un paso más hacia la fatalidad; todo era mal entendido; cada acción parecía estar dirigida por las tinieblas.
No sé si lo que faltaba era amor, atención, felicidad, voluntad… No lo sé, pero, yo no tengo nada que perdonar… Vos me enseñaste a amar.
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