Nada se fuga de sus miradas. Verse sin necesitar si quiera saber qué es lo que el otro está pensando. No sé qué es lo que les pasa, a mí jamás me ha tocado enamorarme. El día que duerma sola sin recordar cómo fue sucediendo que así pasó; el día que se acerquen a mi cara miles de años insatisfechos y cuestionados por un reiterativo interrogante, que puede ser, probablemente sea la pregunta que todo el mundo se hace ¿Por qué? ¿Cómo llegué a esto? ¿Qué es lo que ocurrió? Somos aquellos que queremos estar en paz y desesperamos en cada guiño de ojo como una prueba hacia la eterna destrucción. Y así el día que deje de llorar entre las tinieblas y lamentarme por los días de penumbra y miedo, volveré, y me preguntaré lo que todo el mundo. Quizá extrañaré un poco, tal vez quiera volver con mi padre y darme cuenta de lo enamorada que me encontraba. Y que si mis movimientos ya no tienen gracia, y mi andar ya nos transmite sensualidad, que si ya a nadie le dan ganas abusar de mí ni de llevarme a la cama, sólo necesitaré entonces, quedarme en silencio, agachar la cabeza y volver.
Haré de mis muecas un canal, transformaré mis manos en las de un guerrero, y tal vez, si no me enamoro de mí otra vez, pueda oírte contando las nubes, pueda verte queriendo bajar los brazos, tal vez pueda acompañarte y escaparme de mis mentiras. Cuando me enamore, y pueda distinguir la luna, las estrellas y el sol, cuando me enamore de verdad, y te mire a los ojos, y te recite algo de Artaud.
Sin miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario